lunes, 1 de septiembre de 2008

Por lo que está ocurriendo en Santa Brígida, rescatamos el siguiente articulo que nos viene al dedo.

¿DE QUÉ HABLAN LOS QUE HABLAN DE POLÍTICA?

José Fco. Fernández Belda
elindependientedecanarias.com
Hay muchas personas que, por hartazgo o por asqueamiento, dicen no entender de política ni querer saber nada de ella. No repetiré aquí el tópico de que todo es política, cosa por otro lado muy discutible si no se define claramente qué se entiende por tal. La inmensa mayoría de la gente sabe distinguir entre el bien y el mal, lo que se hace bien y lo que no, lo que beneficia a todos o lo que lo hace sólo al partido o amiguetes. Cada individuo usa su sentido de la ética y unos valores morales, no forzosamente religiosos, que ha aprendido en su familia, colegio y entorno, por ese mismo orden. Para entender de política, dicen esos desengañados, hay que ser un especialista y además gustarte, ¿pero no será porque los políticos profesionales llaman política a lo que es simple trapisonda, componenda y corruptela? En el colmo del cinismo, el controvertido Viejo Profesor Tierno Galván, decía que los programas de los partidos políticos se confeccionan para no ser cumplidos, son puro engaño electoralista, se escribe en ellos lo que sus seguidores quieren escuchar, sea verdad o no lo sea: puro pragmatismo y cálculo electoral, alejados ambos de la ética.

Sin la menor duda contribuyen a esta percepción las prácticas comunes de bastantes profesionales de la política. La sabiduría y el sufrimiento popular han sentenciado sabiamente que "si quieres saber quién es fulanillo, dale un puestecillo". Hoy habría que añadir el corolario de que verás cómo se hace rico, gustará del lujo financiado por los demás, apreciará el halago, el coche oficial y la moqueta. Lo veremos asistir a fiestas en domicilios particulares de "importantes" empresarios, presuntos donadores altruistas de fondos para el partido, y que hoy o mañana precisarán de su gestión pública para sus negocios. Compartirán gustosos afectuosas fotografías de grupo en ese aquelarre, con pinta de contubernio, por aquello de la colaboración necesaria. En cualquier país con sensibilidad democrática, auténtica separación de poderes y con apariencia de vivir en un estado de derecho capaz de conducir directamente a la cárcel a más de uno y a la inmediata dimisión de más de otro, sería impensable y demoledora la simple sospecha de que pudieran publicarse esas imágenes. Se vería en ellas la tarjeta de visita de una república bananera que se precia de serlo, o sea, que tiene precio.

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